sábado, 21 de noviembre de 2009

Una pequeña historia

Jasmine adoraba los días soleados, siempre y cuando no fueran demasiado calurosos. Solía salir al balcón y escudriñar el horizonte, aquella línea infinita que dibujaba el mar al unirse con el cielo. Por un momento olvidaba que todo iba mal, que la libertad que el océano parecía ofrecerle no existía, al menos no para ella. Imaginaba que era un pájaro y que echaba a volar, que llegaba muy lejos tan sólo con batir sus alas. Había vivido siempre en un pueblo costero y ni siquiera sabía nadar. Quería marcharse, pero no sabía cómo. Quería huir, dejarlo todo atrás.

* * *

Despertó. Por suerte era un día soleado. Se levantó de la cama y salió al balcón, escudriñó el horizonte. Una suave y fresca brisa acarició su rostro; tras ello, un pequeño escalofrío y la piel de gallina. Volvió al interior. Desde el piso de abajo una voz:

- ¡Jasmine, dáte prisa o llegarás tarde!

Resignada se lavó y se vistió. Debía volver allí. Allí a donde no quería volver, allí donde decidían su futuro sin tenerla en cuenta. Hoy, al contrario de los otros días, tenía la sensación de que algo iba a ser diferente. Eso le causaba inquietud a la vez que temor; podía significar demasiadas cosas y, al mismo tiempo, seguía significando pocas posibilidades. Un poco de colorete y carmín en los labios, un rápido vistazo más en el viejo espejo y estaba lista. Pero, ¿realmente lo estaba?

Bajó, intercambió una mirada con su madre y salió a la calle. Caminaba sin demasiada decisión, alargando lo máximo posible el recorrido. Todos los días las mismas calles, las mismas personas, los mismos gestos. Y en ella, esa incesante sensación de que habría alguna novedad. Ahora cierto desasosiego. Llegó al último tramo del trayecto, dobló la esquina y se chocó con él.



...Continuará...


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